Fue entonces cuando me di cuenta de uno de los efectos secundarios del juego. En mi cabeza, hombres y mujeres estaban separados por un abismo cada vez mayor. Yo empezaba a ver a las mujeres como meros indicadores cuya utilidad principal era medir mis avances como maestro de la seducción. Eran los parámetros de mi test, identificables tan sólo por el color del pelo y un número: una rubia 7, una morena 10.