En 1980 y también en 1984, en un país obsesionado con el miedo a la decadencia, la Guerra Fría y el fuerte crecimiento de Japón, de Alemania y del resto de Europa, Reagan consiguió hacer triunfar el discurso a escala federal. La tasa impositiva máxima del impuesto federal sobre la renta, que se había acercado a 81% entre 1932 y 1980, cayó a 28% tras la reforma fiscal de 1986, que es la reforma emblemática y fundadora del reaganismo.41
Con la perspectiva que da el tiempo, los efectos de estas políticas parecen relativamente cuestionables. El crecimiento del ingreso nacional per cápita se redujo a la mitad en las tres décadas transcurridas desde aquellas reformas (en comparación con las tres o cuatro décadas anteriores). En el caso de las políticas diseñadas para impulsar la productividad y el crecimiento, el resultado tampoco es satisfactorio. Además, las desigualdades se han multiplicado, hasta tal punto que el 50% de la población con menores ingresos no ha experimentado ningún crecimiento desde principios de la década de 1980, algo sin precedentes en la historia de Estados Unidos (y poco común en un país en tiempos de paz).42