David Barlock

Barcas Sin Remos

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La inspiración para escribir este libro surgió de un sermón que el Señor me dio unos años atrás. Muchas personas me han comentado acerca del impacto que estos pensamientos han ejercido en su relación con Dios. La mayoría me dijo lo mismo: “Pastor, ahora entiendo que no tengo que luchar con mis propias fuerzas para cumplir el propósito de Dios para mi vida”.

Debo mucho de lo que he aprendido en el ministerio a la iglesia que fundé y serví durante 22 años en Puerto Rico. Ese fue mi terreno de entrenamiento en el servicio al Señor. Sufrí muchos retos espirituales y emocionales allí: aprender español, adaptarme a una cultura distinta que todavía hoy está arraigada profundamente en mi alma y construir una iglesia que se relacionó conmigo por muchos años por medio de intérpretes que estaban constantemente a mi lado.

Mi esposa Jill y yo entrenamos misioneros y viajamos a distintos países estableciendo nuevas congregaciones a la vez que éramos pastores de una iglesia en crecimiento en el centro de la isla en una ciudad llamada Manatí.

Como muchos pastores jóvenes, anhelaba tener éxito y trabajé incesantemente para levantar una iglesia exitosa. Aunque Dios es bueno y bendice nuestras labores por el bien de Su pueblo, tuve que aprender una lección primordial: distinguir la diferencia entre el fruto de mis propias labores y el fruto de lo que Dios había hecho a través de mí.

En 1990, desarrollé callos en mis cuerdas vocales y tuve que someterme a una operación. Mi voz fuerte y de tonalidad agradable (de acuerdo al comentario de una señora muy amable) de repente se tornó en un impedimento vergonzoso, y se puso ronca y chillona. Mi recuperación tomó 7 años… y todavía hoy (catorce años después, al momento de escribir este libro) tengo que lidiar con la potencia y tonalidad de mi voz.

Mi ministerio casi se detuvo y me preocupaba tener que retirarme. ¡Mi voz era mi vida! ¿Cómo iba a predicar? ¿Cómo iba a aconsejar a los creyentes como de costumbre?

Aunque me sentía avergonzado por mi voz, seguí levantándome cada domingo para predicar. Los años subsiguientes han resultado ser una experiencia agridulce; me causaba gran tensión hablar – los dolores de cabeza y la tensión muscular se convirtieron en mi lucha diaria – pero Dios bendijo aquellos sermones y mi congregación creció más durante los años en que casi no podía hablar que en aquellos en que tenía la voz perfecta.

Un buen predicador puede destacar un punto por medio de su vocalización. Yo era bueno en eso. Aprendí que podía motivar a las personas (y también despertarlas) dependiendo de la manera en que hablara. Eso fue antes de que desarrollara mi impedimento vocal – después estaba a merced de la misericordia de Dios… Si Él no hablaba a través de mí, entonces sí que mi ministerio habría terminado.

No me tomó mucho tiempo darme cuenta que el Espíritu Santo no está limitado por nuestras debilidades. Fue durante esos años que comencé a entender que tenía que descansar en el propósito de Dios y depender menos en mi propia fuerza y habilidades.

Mi texto para este libro es Isaías 33:20–21.

Acompáñame en un viaje. Mi oración es que puedas comprender el concepto de descansar en lo que Dios quiere hacer contigo y así luchar menos con lo que tú quiere hacer para Dios.
Este libro no está disponible por el momento.
50 páginas impresas
Año de publicación
2006
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