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Brant Pitre

Jesús y las raíces judías de María

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    En un momento dado, los filisteos toman el arca hasta que Dios les abate con una plaga de «tumores» —que la Nueva Biblia Americana traduce al inglés como «hemorroides» (1 Samuel 5, 1-12)—. Ante tal sufrimiento, es comprensible que los filisteos no tardasen en devolvérsela a los israelitas (1 Samuel 6, 1-7; 3).
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    El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. Lo que la virgen Eva había atado por su incredulidad, lo liberó por la fe la Virgen María (Ireneo, Contra herejes 3.22.4 [siglo II]).[51]
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    Observemos que Dios no solo creo a Adán y Eva a su «imagen y semejanza», sino que también los creó «muy bien» (tōv meōd en hebreo) (Génesis 1, 31). Como señala un reconocido estudioso del Antiguo Testamento, esta expresión hebrea significa que el hombre y la mujer fueron creados «justos» o «moralmente buenos».[16]
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    i Jesús es el nuevo Adán, entonces la salvación no solo se refiere a la de los pecadores del fuego del infierno; también deshace las consecuencias de la caída de Adán y Eva. Tiene que ver con la restauración de la «rectitud» con la que fue creado Adán, y que perdió por su desobediencia (Romanos 5, 17), y con el poder de la gracia de Dios para «hacer justos» a los seres humanos (Romanos 5, 19).[14]
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    encima de la reina madre (gebirah, en hebreo) solo estaba el rey, se la honraba con un trono real y ejercía de intercesora suprema ante el monarca (2 Reyes 1-2; Salmos 45).
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    En palabras de Joseph Ratzinger, el futuro papa Benedicto XVI: «La imagen de María en el Nuevo Testamento está tejida completamente con hilos del Antiguo».[9]
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    a noción de la virginidad perpetua de María, su ausencia de pecado, su identidad como Madre de Dios, su poder intercesor y su asunción corporal a los cielos no son ideas nuevas, sino antiguas, muy antiguas. Es más: estas creencias estaban enormemente extendidas, y las defendían cristianos que vivían en Tierra Santa, en Siria, en Egipto, en Grecia, en Asia Menor, en Roma y en todas partes. En resumen, fueron indispensables para la fe cristiana primitiva.[7]
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    bombardeó a preguntas, una tras otra, sobre el purgatorio, los santos, el papa, la Eucaristía y, por supuesto, la Virgen María.
    Escribí sobre este encuentro en mi anterior libro, Jesús y las raíces judías de la Eucaristía,[4] en el que cuento cómo esa noche volví a casa especialmente molesto por los ataques del pastor contra la creencia católica en que el pan y el vino de la Eucaristía se convierten, de verdad, en el cuerpo y la sangre de Jesús. También explicaba cómo, mientras buscaba respuestas, abrí mi Biblia por el pasaje en el que Jesús afirma que su «carne» y su «sangre» son «verdadera comida» y «verdadera bebida» (Juan 6, 53-58); en parte por haberme topado de inmediato con este pasaje bíblico fundamental, nunca he perdido la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
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