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Paul Auster

El Palacio De La Luna

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  • martecompartió una citahace 18 horas
    Fuera hacía un tiempo triste: un día desapacible y plomizo, todo neblina y desesperanza.
  • martecompartió una citaayer
    —No te asustes —dijo mi voz—. A nadie se le permite morir más de una vez. La comedia acabará pronto y no tendrás que volver a representarla nunca.
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    Me resultaba difícil no ver paralelismos entre su caída desde lo más alto y mi propia situación, pero no me lo tomaba como algo personal. En el fondo, la buena suerte de los Mets me gratificó bastante. Su historial era aún más abominable que el de los Cubs y presenciar su repentino y absolutamente improbable ascenso desde las profundidades parecía demostrar que cualquier cosa era posible en este mundo. Esa idea me proporcionaba consuelo. La causalidad ya no era el oculto demiurgo que gobernaba el universo: abajo era arriba, el último era el primero, el final era el principio. Heráclito había resucitado de su montón de estiércol y lo que tenía que enseñarnos era la más simple de las verdades: la realidad era un yo-yo, el cambio era la única constante
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    conseguía encontrar un periódico en una de las papeleras y pasaba una hora más o menos leyendo atentamente sus páginas, tratando de mantenerme al día de lo que ocurría en el mundo. La guerra continuaba, naturalmente, pero había otros acontecimientos que seguir: Chappaquidick, los Ocho de Chicago, el juicio de los Panteras Negras, los Mets. Seguí el espectacular descenso de los Cubs con especial interés, asombrándome de lo rápidamente que el equipo se había desmoronado. Me resultaba difícil no ver paralelismos entre su caída desde lo más alto y mi propia situación, pero no me lo tomaba como algo personal. En el fondo, la buena suerte de los Mets me gratificó bastante. Su historial era aún más abominable que el de los Cubs y presenciar su repentino y absolutamente improbable ascenso desde las profundidades parecía demostrar que cualquier cosa era posible en este mundo. Esa idea me proporcionaba consuelo. La causalidad ya no era el oculto demiurgo que gobernaba el universo: abajo era arriba, el último era el primero, el final era el principio. Heráclito había resucitado de su montón de estiércol y lo que tenía que enseñarnos era la más simple de las verdades: la realidad era un yo-yo, el cambio era la única constante.
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    Unos días después, pasé toda la tarde jugando un partido de softball. Teniendo en cuenta mi estado físico en aquellos días, tuve una actuación digna y cada vez que mi equipo bateaba, los otros jugadores me ofrecían cosas: bocadillos, galletas, latas de cerveza, puros, cigarrillos. Eran momentos felices para mí y me ayudaban a soportar las horas más sombrías, cuando parecía que mi suerte se había agotado. Puede que fuera eso lo único que me había propuesto demostrar desde el principio: que una vez que echas tu vida por los aires, descubres cosas que nunca habías sabido, cosas que no puedes aprender en ninguna otra circunstancia. Estaba medio sordo a causa del hambre, pero cuando me ocurría algo bueno, no se lo atribuía tanto a la casualidad como a un especial estado anímico. Si lograba mantener el adecuado equilibrio entre deseo e indiferencia, me parecía que de alguna manera podía conseguir por medio de la voluntad que el universo me respondiera. ¿De qué otro modo podía explicar los extraordinarios actos de generosidad de que fui objeto en Central Park? Nunca le pedí nada a nadie, nunca me moví de mi sitio y, sin embargo, continuamente se acercaban a mí desconocidos y me prestaban ayuda. Debía de existir una fuerza que emanaba de mí hacia el mundo, pensaba, algo indefinible que hacía que la gente quisiera ayudarme.
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    Descubrí que es posible sobrevivir sin un techo pero no se puede vivir sin establecer un equilibrio entre lo interno y lo externo. Eso es lo que me dio el parque. Tal vez no era lo que se dice un hogar, pero, a falta de otro refugio, se convirtió en algo muy parecido.
  • martecompartió una citaayer
    hacer lo que quisieras.

    No hay duda de que el parque me hizo muchísimo bien. Me dio intimidad, pero más que eso, me permitió fingir que mi situación no era tan mala como era en realidad. La hierba y los árboles eran democráticos y mientras ganduleaba al sol de la tarde o trepaba a las rocas a última hora para buscar un sitio donde dormir, me sentía integrado en el medio, me parecía que hasta para una mirada experta podía pasar por uno más de los paseantes o ciudadanos que merendaban en la hierba. Las calles no daban lugar a tales confusiones.
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    Andar entre la gente significa no ir nunca más deprisa que los demás, no quedarte nunca más atrás que tu vecino, no hacer nunca nada que perturbe el flujo del tráfico humano. Si respetas las reglas de este juego, la gente tiende a ignorarte
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    Rai‍­mun‍­do Lulio
  • martecompartió una citahace 3 días
    —Eres un hermano muy raro —⁠dijo⁠—. Pareces un hombre, pero luego te conviertes en un lobo. Después, el lobo se transforma en una máquina parlante. Para ti todo es cuestión de boca, ¿no? Primero la comida, luego las palabras, entran por la boca y salen por la boca. Pero olvidas lo mejor que se puede hacer con la boca. Después de todo, soy tu hermana y no te voy a dejar ir sin que me des un beso de despedida.

    Empecé a disculparme, pero entonces, antes de que yo pudiera decir nada, Kitty se alzó de puntillas, me puso la mano en la nuca y me besó. Con mucha ternura, pensé, casi con compasión. No sabía cómo tomármelo. ¿Debía considerarlo un beso auténtico, o era sólo parte del juego? Antes de que pudiera resolver mi duda, apoyé casualmente la espalda contra la puerta y ésta se abrió. Me pareció que era un mensaje, una secreta indicación de que aquello había llegado a su fin, así que, sin una palabra más, seguí retrocediendo, di media vuelta cuando mis pies cruzaron el umbral y me fui
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