Es tanta su felicidad de expresión desde la época de Fráncfort, que olvidamos el sentido trágico envuelto en sus hermosas palabras. El Werther y el primer Fausto son la historia de una catástrofe de la persona. La acción —allá la víctima, acá el victimario— es, más que acción, estado de ánimo y, por mucho, un monólogo del autor, más que un desarrollo externo y teatral como sucede en Shakespeare. Y en uno y otro poema, oímos la voz del desorden, del desorden de la adolescencia —sea juvenil o sea “senil”—, de la adolescencia que no encuentra su redención: “¡Perezcamos juntos!”