Fragmentos de una niña decapitadita

¿No es un escalofrío una reacción? Y. ¿no es hermoso reaccionar cuando ya creíamos que no éramos capaces de hacerlo, que lo habíamos visto todo, que nada podía sorprendernos?

Me atacó una enfermedad gravísima: la tristeza.

Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere, me quiere, me quiere, me quiere, me va a tener que querer.

Tengo miedo de los coches; de conducirlos. A veces sueño que guío uno por una carretera llena de curvas a una velocidad que no controlo.

En mi cama hay sueños. Están ahí, esperándome. No puedo saber si son buenos o malos hasta que no me duerma.

Sí, nunca he dejado de ser infantil, de jugar, de soñar, de temer, de ser cruel.

Y yo, que no sé definir la vida, imagino que debe ser importante cuando aparece tanto en mis pesadillas.

Con las niñas jugaba a lo que juegan las niñas: a las muñecas, a la comba, a las mentiras.

Para que nunca más pueda oír hablar de la felicidad sin que me den ganas de vomitar. Para que mi cuerpo y mi mente terminen por despreciarla y se acostumbren a no tenerla y, sobre todo, a no necesitarla.

—¿Te duele algo? ¿Estás triste? ¿Quieres que vayamos a asustar un poco a papá? ¿Le tapamos la boca y la nariz mientras duerme? Sólo un ratito, hasta que se despierte. Eso siempre te hace mucha gracia.