Las cien mejores poesías de la lengua castellana

Baste ya de rigores, mi bien, baste,

no te atormenten más celos tiranos,

ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,

pues ya en líquido humor viste y tocaste

mi corazón deshecho entre tus manos.

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,

como en tu rostro y tus acciones vía

que con palabras no te persuadía,

que el corazón me vieses deseaba;

y amor, que mis intentos ayudaba,

venció lo que imposible parecía,

pues entre el llanto que el dolor vertía,

el corazón deshecho destilaba.

Lo que se ignora es solo lo seguro;

este mundo, república de viento

que tiene por monarca un accidente.

¿Qué teme, pues, el hombre en la partida,

si vivo estriba en lo que muerto yace?

Lo que pasó ya falta, lo futuro

aún no se vive, lo que está presente

no está, porque es su esencia el movimiento.

Nace la vida, y con la vida nace

del cadáver la fábrica temida.

Huye del sol el sol, y se deshace

la vida a manos de la propia vida,

del tiempo que, a sus partos homicida,

en mies de siglos las edades pace.

Tales los hombres sus fortunas vieron:

en un día nacieron y expiraron;

que, pasados los siglos, horas fueron.

Este matiz que al cielo desafía,

iris listado de oro, nieve y grana,

será escarmiento de la vida humana:

¡tanto se emprende en término de un día!

A florecer las rosas madrugaron

y para envejecerse florecieron;

cuna y sepulcro en un botón hallaron.

Estas que fueron pompa y alegría,

despertando al albor de la mañana,

a la tarde serán lástima vana,

durmiendo en brazos de la noche fría.

Tan cerca, tan unida

está al morir tu vida,

que dudo si en sus lágrimas la Aurora

mustia, tu nacimiento o muerte llora.