El cuento, para Chéjov, no es sólo un artefacto narrativo que contiene una sorpresa o una humorada, algo así como un simple chiste camuflado. Tampoco es un cuadro de costumbres o la representación más o menos esquemática de una situación social. Ni mucho menos es la resolución de un misterio: quién ha matado a alguien, o por qué se fugó la señorita tal con el señor cual, o qué pasó cuando se rompió el aspa de un molino y murió el molinero y su hijo, No, nada de eso. En los cuentos de Chéjov nunca hay un misterio que resolver, ni tampoco hay una solución que nos demuestre que la vida es así o asá, porque él prefiere hacer que sus cuentos sean «rodajas de vida», sin sorpresas, sin trucos, sin piruetas.