Carson McCullers

La balada del café triste

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  • martecompartió una citahace 2 años
    Reflejos en un ojo dorado
  • martecompartió una citahace 2 años
    . Miss Amelia había hecho cortinas encarnadas para las ventanas y a un buhonero que pasó por el pueblo le había comprado un gran ramo de rosas de papel que casi parecían de verdad.

    Pero no eran sólo el calor, los adornos y la iluminación los que hacían al café tan preciso para el pueblo; había una razón más honda. Y aquella razón estaba relacionada con cierto orgullo que hasta entonces no se había conocido por aquí. Para comprender este nuevo orgullo hay que tener en cuenta el poco valor de la vida humana. Siempre había un montón de gente esperando junto a un molino; pero en las casas no tenían casi nunca carne suficiente, ni vestidos, ni tocino. La vida llegaba a convertirse en una larga y turbia rebatiña, sólo para conseguir lo necesario para mantenerse vivos. Lo más desconcertante es que todas las cosas útiles tienen un precio y se compran sólo con dinero, y que así es como está organizado el mundo. Sin tener que pararse a pensar, ya sabe uno cuál es el precio de una bala de algodón o de un cuartillo de melaza. Pero a la vida de un hombre no se le ha puesto precio: nos la dan de balde y nos la quitan sin pagárnosla. ¿Qué valor puede tener? Si se pone uno a considerar, hay momentos en que parece que la vida tiene muy poco valor, o que no tiene ninguno. Cuántas veces, después de haber estado uno sudando, y esforzándose, y las cosas no se le arreglan, se le mete a uno en el fondo del alma el sentimiento de que no vale gran cosa.

    Pero el nuevo orgullo que trajo el café a este pueblo se dejó sentir en casi todos los vecinos, hasta en los niños. Porque para ir al café no era necesario pagar la cena, o un vaso de whisky; había refrescos embotellados por un níquel; y si no podía uno gastarse ni eso, miss Amelia tenía una bebida llamada zumo de cereza que valía un penique el vaso y era de color rosa y muy dulce. Casi todo el mundo, excepto el reverendo T. M. Willin, iba al café por lo menos una vez a la semana. A los niños les encanta dormir en casas ajenas y comer con los vecinos; en esas ocasiones se portan como es debido y se ponen orgullosos. Así de orgullosos se sentían los vecinos del pueblo cuando se sentaban a las mesas del café. Se lavaban antes de ir donde miss Amelia y al entrar en el café se restregaban los pies muy finamente en el salón. Y allí, por lo menos durante unas horas, podía uno olvidar aquel sentimiento hondo y amargo de no valer para gran cosa en este mundo
  • martecompartió una citahace 2 años
    Ya se había puesto el sol, y caía la neblina azul de los atardeceres de invierno.
  • martecompartió una citahace 2 años
    Pero creemos que el comportamiento de miss Amelia requiere una explicación; ha llegado el momento de hablar de amor. Porque miss Amelia estaba enamorada del primo Lymon. Esto lo podía ver cualquiera. Vivían en la misma casa y nunca se les veía separados. Por lo tanto, según la señora MacPhail, mujer chata y atareada que se pasa la vida cambiando de sitio los muebles de su sala, según ella y sus amigas, aquellos dos vivían en pecado. Si de verdad eran parientes, sólo lo eran en segundo o tercer grado, y ni siquiera eso se podía probar.
  • martecompartió una citahace 2 años
    Claro que miss Amelia era una mujerona inmensa, de más de seis pies de altura, y el primo Lymon un enanillo que no le llegaba a la cintura. Pero eso era una razón de más para la señora MacPhail y sus comadres, que eran de esa clase de personas que se regodean hablando de uniones monstruosas y otras aberraciones. Dejémoslas hablar. Las buenas almas del pueblo pensaban que, si aquellos dos habían encontrado alguna satisfacción de la carne, era un asunto que sólo les importaba a ellos y a Dios. Pero todas las personas sensatas estaban de acuerdo en negar aquellas relaciones. ¿Qué clase de amor era, pues, aquél?

    En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se dé cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor es un amor solitario. Conoce entonces una soledad nueva y extraña, y este conocimiento le hace sufrir. No le queda más que una salida, alojar su amor en su corazón del mejor modo posible; tiene que crearse un nuevo mundo interior, un mundo intenso, extraño y suficiente. Permítasenos añadir que este amante no ha de ser necesariamente un joven que ahorra para un anillo de boda; puede ser un hombre, una mujer, un niño, cualquier criatura humana sobre la tierra.

    Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor. Se da por ejemplo el caso de un hombre que es ya abuelo que chochea, pero sigue enamorado de una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw, hace veinte años. Un predicador puede estar enamorado de una perdida. El amado podrá ser un traidor, un imbécil o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo más mínimo por eso. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es sólo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor.

    Po
  • island269compartió una citahace 4 años
    a la vida de un hombre no se le ha puesto precio: nos la dan de balde y nos la quitan sin pagárnosla.
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