Entre la ironía, la reflexión y la zozobra moral, Ari Volovich tiende un puente de tersa sintaxis en donde las incongruencias y las certezas se tambalean de modo que resultan indistinguibles. Los aforismos de “El centinela del gulag” son veredictos contra la humanidad, formas del desaliento y destellos de la amargura, que tejen una confortable pira en la cual el lector puede inmolarse en un insano ejercicio de introspección.