Hubiera querido llamarme fuego es una suma de réquiems, un enjambre, mejor, de nostalgias o de duelos. Con esta nueva versión del libro, que mejora lo que no podía ser mejor, que restaura una habilidad irrepetible para articular la extrañeza nuestra de cada día, que recuerda que el humor también se da palabra por palabra y pone en escena un erotismo que viene de la muerte y vuelve a ella, es claro que somos afortunados al tener en las manos la prosa y la narrativa de una poeta estupenda.
La autora de este libro usa la prosa poética, un lenguaje reposado, reflexivo, autocrítico. Los personajes, en su mayoría mujeres, se expresan en diálogos consigo mismos, en monólogos interiores, en conversaciones al vacío, en sueños que se confunden con la vigilia, en rememoraciones de un pasado que puede ser real o producto de la imaginación. Esa intimidad se refleja al narrar situaciones tan disímiles y crudas como la angustia de una niña que le pide a su madre que la proteja de ese “monstruo” que llega a las cinco a robarle pedazos de su inocencia; o la tristeza reposada de una Eva que contempla el cadáver de su Adán, ese amante-esposo-hijo, que regresó al polvo de donde fue sacado; o la locura domesticada en la que cae lentamente una mujer obsesionada con la limpieza de su apartamento, tal vez para conjurar el hastío de la realidad que la aguarda afuera de sus puertas.
Ricardo Silva Romero