Van Gogh nace en 1853 en pleno auge de la modernidad y de la fiebre industrial que se apodera del siglo XIX. Representa en un buen número de lienzos una visión edénica del mundo rural, alabando la simplicidad del mundo del campo y la naturaleza. Hijo de un pastor y muy sensible a la miseria del prójimo, el artista describe los hábitos y las preocupaciones del pueblo, fiel al realismo y al naturalismo, profundamente influido por el pintor Jean-François Millet.
Su arte también se inspira en el «mundo flotante» de las estampas japonesas: así, en sus lienzos encontramos la simplificación del tema a través de la línea, la fluidez del trazo, los fondos de colores planos o el marco, fuera de lugar con respecto al tema.
Pero el impresionismo tampoco es extraño a su universo pictórico: en concreto, las investigaciones de los impresionistas en términos de cromatismo no dejan indiferente, y encuentran su reflejo en varios de sus lienzos.
Su independencia artística y su personalidad atípica explican sin duda alguna que, durante su vida, no crea escuela ni esa comunidad artística con la que sueña. Sin embargo, influye de manera importante en el arte moderno, especialmente en el fovismo, gracias a su empleo violento de los colores puros.
Finalmente, al introducir la psique en el centro de su obra, Van Gogh abre las puertas a un nuevo lenguaje a los expresionistas. Los temas de sus cuadros reflejan su estado de ánimo, como los famosos Girasoles, que representan al mismo tiempo su yo ideal, glorioso, encarnado por las flores abiertas, y su yo agonizante, representado por las flores que se marchitan.
Uno de los rasgos más característicos de la obra de Van Gogh es, sin duda alguna, la torsión del trazo, reflejo de su inconsciente atormentado.