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Kristin Kobes Du Mez

Jesús y John Wayne

  • Montserrat Macías Torrescompartió una citael año pasado
    or su parte, los derechos civiles desmantelaron tradiciones consagradas por el tiempo y desestabilizaron el orden social. Aparte de ilustrar el alcance de la acción del Gobierno federal (si no ya una insidiosa agenda comunista), la desegregación dio alas a la amenaza a la feminidad blanca y al poder del hombre blanco de controlar las fronteras sociales y sexuales imaginada desde hacía largo tiempo.
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    La masculinidad evangélica combativa iba de la mano de una cultura del miedo, pero costaba determinar claramente qué había sido la génesis de qué.
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    No obstante, para muchos evangélicos, simbolizaba un conjunto distinto de virtudes, un anhelo nostálgico de una «América cristiana», un retorno a los roles de género «tradicionales» y a la reafirmación de la autoridad patriarcal (blanca).[16]
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    eneraciones de evangélicos aprendieron a temer a los comunistas, a las feministas, a los liberales, a los humanistas laicos, a los «homosexuales», a las Naciones Unidas, al Gobierno, a los musulmanes y a los inmigrantes, y estaban preparados para responder a esos miedos buscando a un hombre fuerte que los rescatara del peligro, un hombre que encarnara la masculinidad testosterónica dada por Dios.
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    urante las décadas que siguieron, la masculinidad combativa (y una feminidad dulce y sumisa) se afianzaría en la psique evangélica y daría forma a las nociones del bien y de la verdad. Si en la década de 1980 los evangélicos estuvieron en disposición de movilizarse con tanta eficacia y fuerza política partidista fue porque ya contaban con una identidad cultural compartida.[18]
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