«Esperó su turno echando disimulados vistazos en el espejo de la balanza. Se
acomodaba con soplidos el pelo seco que se soltaba del mechón húmedo y le
resbalaba sobre la frente. Otras veces se armaba el cuello de la camisa a
cuadritos beige y marrón o se metía los picos dentro del Levi's color arena,
bien calzado sobre una cola redonda y firme de adolescente. Los hombros
tónicos sostenían su talle largo y recto, bien varonil. Envuelto en una nube
de Reynold VII parecía un hombrecito.
--Qué pinta, Gustavito! --soltó un vecino que salía con la bolsa llena de
porrones. Un viejo de cincuenta y pico que siempre lo estaba molestando con
ese tipo de comentarios. El chico se apartó para darle paso, pero no pudo
evitar que la panza dura y prominente del tipo lo apretara contra la hoja de
la puerta asfixiándolo.»
