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Libros
Tillie Olsen

Silencios

  • Marcela Alvear R.compartió una citahace 6 meses
    las mujeres siempre se las ha enseñado a anteponer las necesidades de los demás a las suyas (esa «capacidad infinita») y sentirlas como propias,
  • Marcela Alvear R.compartió una citahace 6 meses
    De nuevo me doy cuenta de que todo lo escrito fragmentariamente y no en el transcurso de la mayor parte de la noche (o aun en su totalidad) es mediocre y de que estoy condenado a esta mediocridad por mis condiciones de vida.
  • Marcela Alvear R.compartió una citahace 6 meses
    Ayer, por primera vez en mucho tiempo, me encontré en una indudable disposición para un buen trabajo. Y sin embargo no escribí más que la primera página […]. De nuevo me doy cuenta de que todo lo escrito fragmentariamente y no en el transcurso de la mayor parte de la noche (o aun en su totalidad) es mediocre y de que estoy condenado a esta mediocridad por mis condiciones de vida.
  • Marcela Alvear R.compartió una citahace 6 meses
    No termino nunca nada, porque no tengo tiempo y esto me oprime mucho.
  • Marcela Alvear R.compartió una citahace 6 meses
    En la oficina cumplo con mis obligaciones externas, pero no con mis obligaciones internas, y toda obligación interna no cumplida se convierte en una desdicha que ya no se aparta de mí.
  • Marcela Alvear R.compartió una citahace 6 meses
    hay que tachar ni los placeres ni las enfermedades del cuerpo de las mujeres separándolas de su necesidad de contar
  • Marcela Alvear R.compartió una citahace 6 meses
    devaluación de las obras escritas por mujeres que no se ense‍
  • Marcela Alvear R.compartió una citahace 6 meses
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    Cruzamos de nuevo autobiografía y ensayo. Porque a fin de cuentas el ensayo es ese género subjetivo donde a menudo lo personal es político.
  • Pablocompartió una citahace 6 meses
    «El ahogarse no es tan lastimoso / como el intento de salir»,67 afirma Emily Dickinson.
  • Pablocompartió una citahace 6 meses
    Así fue muriendo mi trabajo. Todo cuanto exigía escribirse sin poder llegar al papel se quedaba bullendo en mi interior, gorgoteando y clamando, invadiéndome por completo. Al final brotó en medio de las horas que debía consagrar al sueño. Por entonces, encadenaba trabajos temporales a jornada completa. Me convertí en una chica de agencia —sí, chica: así me llamaban—, pasto de la precariedad, que no cesaba de correr de un lado a otro con la esperanza de arañar dos o tres meses para escribir. Y al final, conseguí ese tiempo.
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