El objeto del deseo es imposible, según hemos venido considerando con Jacques Lacan. Existe una aspiración a eliminar toda distancia y toda diferencia que hace imposible la experiencia de gozo total a la que el amor aspira. Todo amor, divino o humano. Nunca nos será dada, pues, la presencia sin fisura, la eliminación de esa distancia y diferencia que nos constituye como sujetos humanos. También, y de modo más sustancial, en la experiencia mística en la que el objeto de amor pertenece al ámbito de lo ideal, lo trascendente. El místico, por eso, sufre y clama: «rompe la tela de este dulce encuentro». El amor habla hiriendo el corazón que pide cura: «¿Por qué, pues, has llagado / aqueste corazón, no le sanaste?».
El místico, pues, conjuntamente experimenta el gozo y el dolor, la presencia y la ausencia, el consuelo y el desconsuelo, el día y la noche oscura.