Esta noche, acurrucado bajo mi edredón, he tenido una especie de visión. Acababa de nacer de un vientre alargado, sangriento, indeciblemente obsceno, que me había expulsado con un movimiento rotatorio. A una velocidad infinita, dejando atrás restos de lágrimas, linfa y sangre, me adentraba en la oscuridad. Y de repente, en el borde de la noche, se planta ante mi cara un inmenso Dios de luz, tan gigante que no cabía en mis sentimientos ni en mi entendimiento.