Temo perderme en este escenario que me hace sentir ajena después de tan larga ausencia, con todos los cambios que ha sufrido y la confirmación, una y otra vez repetida, de que nada palestino queda en él. Ni en los nombres de las ciudades y pueblos que aparecen escritos en las señales, ni en las vallas publicitarias, donde todos los mensajes están en hebreo, ni en los edificios de reciente construcción, ni en las mismas extensiones inabarcables de tierras de labranza, que ponen límite al horizonte tanto a mi derecha como a mi izquierda. Con todo, después de haber brillado por su ausencia, la mosca vuelve a volar alrededor del cuadro, y comienzan a emerger pequeños detalles que, como de tapadillo, maquinan contra esta existencia.