Vengo del fondo oscuro de una noche implacable, y contemplo los astros con un gesto de asombro. Al llegar a tu puerta me confieso culpable, y una paloma blanca se me posa en el hombro.
Mi corazón humilde se detiene en tu puerta, con la mano extendida como un viejo mendigo; y tu perro me ladra de alegría en tu puerta, porque, a pesar de todo, sigue siendo mi amigo.
Al fin creció el rosal aquel que no crecía y ahora ofrece sus rosas tras la verja de hierro: yo también he cambiado mucho desde aquel día, pues no tienen estrellas las noches del destierro. Quizás tu alma está abierta tras la puerta cerrada; pero al abrir tu puerta, como se abre a un mendigo, mírame dulcemente, sin preguntarme nada, y sabrás que no he vuelto... porque estaba contigo.