Quién eres y de dónde vienes, si puedo preguntar?
—¡Puedes, ya lo creo! Vengo de debajo de la colina, y por debajo de las colinas y sobre las colinas me condujeron los senderos. Y por el aire. Yo soy el que camina sin ser visto.
—Eso puedo creerlo —dijo Smaug—, pero no me parece que te llamen así comúnmente.
—Yo soy el descubre-indicios, el corta-telarañas, la mosca de aguijón. Fui elegido por el número de la suerte.
—¡Hermosos títulos! —se mofó el dragón—. Pero los números de la suerte no siempre la traen.
—Yo soy el que entierra a sus amigos vivos, y los ahoga y los saca vivos otra vez de las aguas. Yo vengo de una bolsa cerrada, pero no he estado dentro de ninguna bolsa.
—Estos últimos ya no me suenan tan verosímiles —se burló Smaug.
—Yo soy el amigo de los osos y el invitado de las águilas. Yo soy el Ganador del Anillo y el Porta Fortuna; y yo soy el jinete del Barril —prosiguió Bilbo comenzando a entusiasmarse con sus acertijos.
—¡Eso está mejor! —dijo Smaug—. ¡Pero no dejes que tu imaginación se desboque junto contigo!
Ésta es, por supuesto, la manera de dialogar con los dragones, si no queréis revelarles vuestro nombre verdadero (lo que es juicioso), y tampoco queréis enfurecerlos con una negativa categórica (lo que es también muy juicioso). Ningún dragón se resiste a una fascinante charla de acertijos, y a perder el tiempo intentando comprenderla.[5]