Un problema esencial que enfrenta “Estrella de tres puntas” –y que luego será objeto de extenso análisis en El arco y la lira (1956)– es la naturaleza de la inspiración. “Ningún escritor negará que casi siempre sus mejores frases, sus imágenes más puras, son aquellas que surgen de pronto en medio de su trabajo como misteriosas ocurrencias”, había escrito Paz un par de años antes, cuando se preparaba para el gran de pronto que dio origen a Piedra de Sol con sus cinco endecasílabos y medio:
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado, mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
Paz narró varias veces, en diferentes épocas, la índole de ese de pronto que le dio los versos ya con su medida, ritmo y musicalidad. No son nuevas ni las imágenes ni sus significaciones, que llevaban buen tiempo merodeando por su imaginación: el surtidor, el árbol de agua y el río eran frutos ya bien conocidos, la cosecha de las semillas para un himno que había sembrado Bona unos años antes, en 1953.