Próxima estación: Futuro

Si nos lo miramos con un poco de distancia, nos invade la desilusión: las grandes innovaciones que podrían desplegar su potencial para bien de todos sirven solo como herramienta de afán económico. El valle del progreso se asemeja a un aparato de destilación impenetrable, donde con productos, plataformas y aplicaciones inteligentes las empresas buscan sacar beneficio de absolutamente todo. Las innovaciones que salen de ahí destruyen el viejo mundo de los taxistas, los hoteleros, los medios de comunicación o las agencias de viajes e intentan con penetrante crudeza inmiscuirse incluso en los ámbitos no económicos de nuestra esfera privada. Con su falta de escrúpulos cruzan líneas rojas. Si cuando me voy de vacaciones mis vecinos me riegan las plantas, se trata de un acto de buena disposición basado en la ayuda mutua entre vecinos. Pero ¿cuánto tiempo pasará hasta que una aplicación le ponga un precio a esta acción y a partir de la amabilidad del prójimo se cree otro modelo de negocio? Dentro de poco mis amigos van a pagar cuando pasen la noche en mi casa, pues en el desarrollado mundo de Airbnb la hospitalidad pronto se va a clasificar como un extra.

El reloj se convirtió en el primer aparato que el ser humano llevó siempre consigo, hasta que lo sustituyó el móvil. Ambos siguen la misma idea básica: la realidad se reproduce en un mundo numérico. Hoy en día un avión enorme aparece antes que nada en el ordenador. Cada parte del fuselaje o del ala se compone, como un mosaico, de elementos individuales discretos

La transparencia digital total influirá en nuestro estilo de vida de forma duradera. Dentro de poco iremos a hacer deporte porque la aplicación nos exhortará a hacerlo y comeremos fruta en lugar de patatas fritas porque, de no hacerlo, nos subirán la cuota del seguro por enfermedad. A partir de la «compartición voluntaria de datos» pasaremos poco a poco a vernos forzados a autooptimizarnos.

jefe de Google, Erich Schmidt, lo expresó sin ambages: «Sabemos dónde está usted, sabemos dónde estuvo y sabemos más o menos en qué está pensando»

libertad vaya estrechándose, que nuestros procesos laborales sean cuantificados y evaluados con creciente precisión. Nuestra vida se divide en procesos separados, y cada uno se optimiza hasta el último detalle. Atrapados en la competición global, nos damos por vencidos cada vez más. Lo factible nos fuerza a meternos en un cajón y la transparencia total desvela lo poco —cada vez menos— que nos diferencia de los autómatas. ¿Hemos renunciado al afán ilustrado de libertad y de poder creativo del individuo, o puede que precisamente esta Ilustración reclame sus propias leyes y nos convierta en presos de una lógica más elevada?

Como periodista especializado en ciencia llevo años fijándome en las fuentes de este cambio: desde un laboratorio en Suecia donde se hace investigación sobre inteligencia artificial hasta las ruinas de una central nuclear en Japón; desde un laboratorio de clonación en Corea del Sur hasta un trayecto en el prototipo de un vehículo autónomo en Hannover.