e este modo, saboreando el perdón de Dios Padre, nos dispondremos mejor a perdonar y a disculpar a quienes –consciente o inconscientemente– nos hayan ofendido: «Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha perdonado Dios a ti»22.