Si El es absolutamente todo en su vida, usted rechazará como cosa mala la carrera
por el éxito. Se esconderá en Cristo. No será necesario animarlo para que busque a Cristo;
con frecuencia entrará usted en su aposento secreto con la seguridad de que, desde el mismo
momento en que entra, ya está sentado a la mesa del Señor. Allí le dará culto, sentándose
ante El sin prisa, amándolo, alabándolo con las manos levantadas, anhelando más de El y
dándole gracias por su sabiduría.