En toda batalla, además de los elementos materiales, de las máquinas, de las armas, hay hombres. Los hombres, con su pasado, en un Ejército que ha reunido los que proceden de mundos distintos, pero que están unidos por un mismo y horrible pasado. Negros, blancos. Hombres procedentes de tierras donde los esclavos no sabían nada de la libertad de aquella gran estatua que se alza a la entrada del puerto de New York… Franceses considerados como «los primos pobres» por los poderosos soldados de los USA. Abundancia para los estadounidenses, escasez para los otros. Y un pueblo vencido a medias, el italiano, hambriento, perdidos su moral y sus principios, dispuesto a vender todo, incluso sus mujeres, por un poco de comida o unos cigarrillos. La batalla es el telón de fondo, sólo eso. La verdadera lucha no acontece entre las piedras que rodean Monte Cassino, ni en las grutas, ni en los valles. La tragedia está en el alma de los hombres. Hay más violencia en los actos que en el silbido de los obuses, y más desgarre en los corazones que en el torrente de bombas que se desploma sobre el monasterio.
