Saray Gil Díaz

Hijas del enemigo

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Kenai Gora, ese es mi nombre, me paseo por la parte segura de la ciudad de Nueva York, donde los cambiantes poseemos alrededor de cuatro manzanas, mi pierna derecha duele, un cambiante no debería sufrir éste tipo de dolor, pero pensar que casi la pierdo en uno de mis últimos partidos me ha hecho recapacitar mi retirada de la liga de fútbol americano, me detengo delante de una lujosa joyería, viendo a cambiantes dragones por todas partes, recogiendo en una enorme caja fuerte todo, si existe algo que agrade más a un dragón que tener toda su riqueza bajo su cuerpo es una hembra, justo encima de esas joyas, envuelta en ellas mientras la monta, es increíble la ceguera que llegan a desatar por tener bajo sus casas un cementerio de tesoros incalculables. Sigo mi camino tras asentir hacia ellos, tengo solo como una hora para estar tranquilo, sin que mis hermanos tengan el ojo sobre mí, un bar de cambiantes llena mis fosas nasales y llego a Krystal, un restaurante que lleva la propiamente dicha por el nombre del local, tan temprano en la noche que está casi vacío y yo consigo escabullirme en una mesa lejana, dejo el tiempo correr entre la cena, dándome igual pasar un dolor estomacal por el empacho, saco mi teléfono móvil del bolsillo de mi pantalón y entro en las redes sociales hasta ver las fotos de la última humana con la que me enredé por un tiempo, no puedo evitar comenzar a leer la entrevista que ha dado por medio millón, simplemente vaga hacia mí la palabra impresionante, sarcásticamente miro hacia la pantalla, si ella supiera que entré en su cuerpo sin estar excitado, que sentí todos sus huesos al ponerme sobre su diminuto y flaco cuerpo, sintiendo nauseas tratando de guardar un papel que intentaba esconder, ya ni siquiera me ayudaba pensar en la modelo de tallas grandes Tess, aquello, tener mi cuerpo de más de cien kilos sobre cuarenta y nueve de puro hueso ya no engañaba a mi imaginación. Mi loquero me lo decía, me lo puso mi capitán, viendo que algo me pasaba y casi mato a aquel tipo en la primera sesión. Bajo mi mirada hasta mi entrepierna, apretando mi ceño, furioso de recordar a una de las mujeres más hermosas del planeta, sintiendo nada más que el dulce del azúcar en mis labios y el amargor del café que me estoy tomando de postre, mi polla se puso completamente flácida al deslizarme en su interior, pero ella no debió sentirlo, normalmente me mide veinticinco centímetros dura, lo que supongo que serán trece o así flácida, por lo que ella igualmente se corrió. Llevo sin follar varios meses, masturbarme es otra cosa, no puedo seguir negándomelo, me gustan las mujeres regordetas y me la suda lo que piense el jodido mundo.
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267 páginas impresas
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  • Nora Ceballoscompartió su opiniónhace 5 años
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