su lado, mi memoria me parecía infinita. Esa densidad temporal que nos separaba tenía una gran dulzura, confería más intensidad al presente. Que esa vasta memoria del tiempo anterior a su nacimiento fuera, en suma, el complemento, la imagen invertida de la que sería la suya después de mi muerte, con los acontecimientos, los personajes políticos que yo nunca conoceré, ese pensamiento ni se me pasaba por la cabeza. De todos modos, por el mero hecho de existir, él era mi muerte. Como también lo fueron mis hijos y yo lo fui para mi madre, desaparecida antes de ver el fin de la Unión Soviética, pero que recordaba el sonido de las campanas en todo el país el 11 de noviembre de 1918.