Tres mujeres

Lina piensa que todo lo que publicamos en las redes sociales lo hacemos para otra persona. Tal vez para varias personas. Pero, por lo general, se suele tener al menos una en mente. Por ejemplo, si eres una mujer casada y tu amiga tiene una vida más acomodada, se ha mudado a Westchester antes de que se te ocurriera dejar la ciudad, tiene un caballo en un establo y su marido le compra flores todos los viernes solo porque es fin de semana y ella es el amor de su vida, entonces todo lo que haces, alimentado por la obsesión, gira en torno a valorar su éxito y buscar grietas en su coraza, mientras publicas tus propios bizcochos con aceite de oliva en mesas rústicas y bicicletas de colores pastel en lugares tropicales.

Es un sitio triste donde los clientes tienen la cara roja y las camareras tosen a causa del tabaco, pero, cuando eres joven y vas achispado, es un lugar más que adecuado para un aperitivo nocturno. Cuando eres joven puedes hacer casi cualquier cosa sin que te parezca triste.

A lo largo de la historia, los hombres les han partido el corazón a las mujeres de una forma particular. Las quieren o las quieren a medias, hasta que se cansan, y entonces pasan semanas y meses alejándose en silencio, retroceden hasta la puerta, se comportan con aspereza y no vuelven a llamar. Mientras tanto, las mujeres esperan. Cuanto más enamoradas están y menos posibilidades tienen, más esperan, con el anhelo de que el hombre regrese con el móvil destrozado, la cara hecha un cuadro y que diga: «Lo siento, me enterraron vivo y solo pensaba en ti.

Entonces, mientras que el interés del hombre moría en esa salva final del clímax, comprendí que el de la mujer a menudo apenas acababa de nacer. La manera en que las mujeres experimentaban la misma situación era compleja, bella e incluso violenta. Así fue como, para mí, las partes femeninas de los intercambios llegaron a representar el conjunto de lo que simboliza el deseo en Estados Unidos.

Quien desde fuera mira a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, tenebroso y deslumbrante que una ventana tenuemente iluminada por un candil

Sloane sonrió. Seguía mirando a su hermano a lo lejos y sentía rabia. También tristeza. Ojalá hubieran hablado más. Ahora, solo se visitaban en lugares bonitos donde cada uno mantenía escondidos a sus demonios en el armario.

Cuando la besa así, le resulta imposible disfrutar del momento. Se paraliza al pensar que su tiempo juntos llega a su fin y que esos son los momentos que debe grabarse a fuego.

Lo que más le asusta es que no tenga ningún interés en ella más allá del sexo, pero, en momentos como aquel, está segura de que siente algo. La quiere.