La cuna del jazz era también la ciudad del pecado, la desvergonzada capital sureña del vicio y la diversión. Eso era precisamente lo que se les vendía a los turistas, porque no iban a venderles los barrios pobres, los bajos fondos o la delincuencia que se apreciaba en esas calles donde los bares no cierran nunca. Calles plagadas de prostitutas, exhibicionistas, ladrones, pobres diablos adictos a las apuestas, borrachos, drogadictos, timadores…, cuando había que tomar decisiones importantes, el Gobierno siempre miraba para otro lado.