Eran muchos los obreros revolucionarios, mujeres, niños, muchachos, un ejército de ellos, nerviosos, alterados, personas de toda índole, desde trinxeraires hasta delincuentes, que esperaban la orden definitiva de atacar el edificio; pero eran muchos más los curiosos que contemplaban la escena: a miles se contaban, a pie de calle o en los balcones y terrados de las casas adyacentes, unos ciudadanos, vecinos del barrio, la gran mayoría de los cuales habían aprovechado para sus hijos la educación gratuita de los escolapios, razón por la que la comunidad religiosa había confiado en ellos una defensa que nunca se produjo.