Jeffery Deaver

El Coleccionista De Huesos

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Lincoln Rhyme, uno de los principales criminalistas forenses del mundo, está paralítico del cuello para abajo, por lo que vive atado a su cama. Cuando planea suicidarse recibe la llamada de un antiguo compañero: enterrada en una vía de tren del West Side neoyorquino se ha encontrado la mano de un hombre que cogió un taxi del que nunca saldría… su conductor era 'el coleccionista de huesos'. Sólo Rhyme puede descifrar las pistas que va dejando este inteligentísimo psicópata. La oficial de policía Amelia Sachs será sus brazos y sus piernas en una frenética y apasionante carrera para detener el horror.
Este libro no está disponible por el momento.
468 páginas impresas
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Opiniones

  • Danita Kawaicompartió su opiniónhace 6 años
    👍Me gustó
    🚀Adictivo

    Mejor que la película!

  • Dolores Carrerocompartió su opiniónhace 7 años
    🚀Adictivo

Citas

  • Eliana Castillocompartió una citahace 4 meses
    No. Estaba investigando una escena del crimen. Unos obreros encontraron un cadáver en una estación de metro en construcción. Era el de un policía que había desaparecido hacía seis meses; estábamos detrás de un asesino en serie que se dedicaba a disparar a policías. Se me pidió que llevara el caso personalmente y cuando estaba investigando se derrumbó una viga. Estuve enterrado cerca de cuatro horas.
  • Eliana Castillocompartió una citahace 4 meses
    —La víctima. Le encontraron esta mañana. Llevaba el anillo de la mujer, de la otra pasajera
  • Eliana Castillocompartió una citahace 4 meses
    Lo que se veía por encima de la tierra no era una rama; era una mano. Habían enterrado el cuerpo en posición vertical amontonando la tierra hasta el antebrazo, de forma que la mano asomaba desde la muñeca. Miró el dedo anular; habían rebanado la carne y puesto en su lugar, sobre el hueso sanguinolento y descarnado, un anillo de mujer con un diamante engarzado.
    Sachs se puso de rodillas y empezó a escarbar.
    Conforme apartaba la tierra con las manos al modo de un perro, se dio cuenta de que los dedos sin cortar estaban torcidos, contraídos más allá de lo que normalmente podían doblarse, lo que le hizo pensar que la víctima estaba viva cuando le arrojaron la última paletada de tierra sobre la cara. Y quizás todavía seguía viva.

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