Bárbara viajó de su ciudad a la casa de la playa por la noche, pero fue sorprendida por una tormenta mucho más intensa que la anunciada en los noticieros.Casi al final del camino de aproximadamente doscientos kilómetros, al llegar al pueblo en el que pasaba los veranos y algunos fines de semana de otras estaciones, se asustó por causa de una mujer vestida de negro. Fue por muy poco que, a pesar de la lluvia torrencial, ella no atropelló a una desconocida que cruzaba la calle sin mirar a los lados y sin usar paraguas.Los rayos, relámpagos y truenos que parecían estremecer la frágil casa de madera ni serían la peor pesadilla de la viuda de cuarenta y dos años de edad, que tal vez no consiguiese dormir aquella noche. Además de la añoranza que sentía por su marido recientemente fallecido, Bárbara tenía que enfrentarse a la soledad y a sus miedos, si desease ver salir el sol al día siguiente.
