—La cuarta puerta.
Asiento y me levanto hacia la dirección que me ha indicado. Al llegar, noto que, efectivamente, no hay ningún custodio afuera, así que, presa de la impaciencia, abro la puerta para entrar a paso ligero, pero me detengo cuando mis ojos se cruzan con los de alguien más. Un hombre joven, caucásico, de cabello rubio oscuro, labios rojizos, pómulos pronunciados y llamativos iris esmeralda me observa con una expresión indescifrable entre enojo y fastidio. Es atractivo, aunque intimidante y me resulta imposible sostenerle la mirada. Siento que mi cuerpo arde bajo sus ávidos ojos. Está recostado, con las manos reposadas en los brazos de la silla, tranquilo, y yo, sin embargo, siento como si hubiera entrado a una cueva de víboras. Su mirada es gélida y su porte transmite firmeza, seguridad. Ardo mientras busco alguna palabra que me salve de su ataque silencioso.