Kyusaku Yumeno

El infierno de las chicas

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Las tres protagonistas de El infierno de las chicasintentan sobrevivir en un mundo sórdido sometidas a la voluntad de los hombres mientras vagan por un retorcido laberinto de engaños, intrigas y callejones sin salida construido con maestría por uno de los escritores más innovadores de la literatura japonesa moderna. Kyusaku Yumeno fue un escritor de misterio admirado por su oscura imaginación y por su talento para ir más allá de los límites establecidos para el género. Comparado frecuentemente con Kafka y Poe, sus obras inquietantes, atrevidas y de estilo inconfundiblemente bizarre reciben hoy el reconocimiento del que su autor no pudo disfrutar en su tiempo.
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217 páginas impresas
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Citas

  • Vico Guerracompartió una citael año pasado
    cha relación entre ella y el Dr. Shirataka.

    El hombre que estaba al otro lado del hilo telefónico… el Dr. Shirataka que no era el Dr. Shirataka, tenía una voz jovial, tal y como ella me había descrito, que rebosaba de buen humor. Y que, además, hablaba y hablaba sin parar, sin dejarme prácticamente ocasión para que yo dijese ni una palabra.
  • Vico Guerracompartió una citael año pasado
    Ahora bien, hasta aquí realmente salió todo perfecto. Si ella hubiera parado aquí, habría podido continuar desenvolviéndose sin problemas, sin que se descubriera su verdadero ser, y mi hospital no habría tenido por qué perder aún su mascota de la suerte. Sin embargo, debe ser que, como dice el proverbio, las cosas buenas siempre van rodeadas de desgracias. Cuando parecía que el impresionante talento natural que, de manera peculiar, ella mostraba para mentir, empezaba a remitir su actividad, resultó todo lo contrario: entró en una ebullición anormal que desembocaría en una situación inevitable.
  • Yuliana Martinezcompartió una citael año pasado
    —No, no tengo nada que ver con ella. Sin embargo…

    —Ah, vaya, vaya. Pues entonces, usted, al igual que nosotros, es una más de las víctimas. Ha sido usted engañado por Himegusa, quien además le ha hecho cometer una infracción del reglamento médico.

    De repente, el rostro de mi interlocutor se crispó con una maldad demoníaca.

    —¡Insultante! ¿Qué pruebas tiene usted?

    —¿Pruebas, dice? Si llamamos a la otra víctima, enseguida lo verá claro.

    —Pues llámela. ¡Es vergonzoso! Mancillar de esa manera la última voluntad de una muerta tan inocente como ella.

    —Bien, entonces ¿puedo llamar a la otra persona, verdad?

    —Desde luego. Cuanto antes, por favor.

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