Lujuria. Libro 2

—No me dejes —me ruega—. Amor, no me dejes, por favor.

Suelta la pistola y se aferra a mi rostro sin dejar de llorar, alterna la vista entre las heridas y mi cara.

—Dilo —vuelvo a pedir con el poco aliento que me queda—. Dilo, por favor…

—¡Te amo! —me grita—. ¡Te amo y no quiero que me dejes!

y yo le he ganado la batalla a esto, a la depresión, a la ansiedad y al HACOC.

—Anotaré tu petición en la lista de cosas que no me interesan —sigue jodiendo—. Tienen cinco minutos para bajar o tío Reece se pondrá gruñón y nadie quiere eso, porque a tío Reece le encanta usar la manguera cuando se enoja.