Los raperos me llamaban «Abuelo».
Uno de ellos, al que llamaré «Nano», un chico bajito y delgado, con un deje macarra al hablar y voz endurecida por el tabaco, siempre andaba con algún porro escondido en la palma de la mano. A veces, coincidíamos en el parque de la Juventud, el lugar donde íbamos a parar punks, jevis, raperos y demás fauna. En aquel parque me cogía algunas cogorzas de vergüenza ajena en interminables botellones de litrona y hachís. Cuando me pillaba por allí una curda de no lamerme, el Nano se reía y gritaba:
—¡Abuelo! ¡Eres un vinagre!
Entre algunos se extendió el uso de la palabra «vinagre» para definir a alguien que se pasaba tres pueblos con el alcohol. Este libro está escrito para una sociedad aletargada que vive entrando y saliendo de los cientos de miles de bares de nuestro país.
«Este libro cuenta la historia de una persona que se equivocó muchas veces».