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Joris-Karl Huysmans

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    Jean se dio cuenta de los sacrificios que hacía su madre y trabajó cuanto pudo; de tal suerte que ganó todos los premios, compensando, así, en opinión del ecónomo, el deprecio que inspiraba su situación de pobre desdichado con éxitos en el concurso general. Era un chico muy inteligente y, pese a su corta edad, muy sensato. Viendo la miserable existencia que llevaba su madre, encerrada de la mañana a la noche en una jaula de vidrio, con la mano siempre en la boca, tosiendo encima de los libros, manteniéndose tímida y dulce en medio del insolente guirigay de una tienda llena de clientes, se dio cuenta de que no podía contar con ninguna blandura de la suerte ni con ninguna justicia del destino.
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    Qué tiempos! ¡Y pensar que ahora que era un poco más rico, ahora que podía catar piensos mejores y desfogarse en lechos más frescos, no tenía ganas de nada! El dinero le había llegado demasiado tarde, cuando ya ningún placer lo seducía.
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    Una vez, había creído ser feliz;
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    A la viuda Chabanel le había sucedido el portero, que sacudía la cama a puñetazos y domesticaba a las arañas para aprovechar sus telas.
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    Definitivamente mi vida es un fracaso. Lo mejor que puedo hacer —suspiró el Sr. Folantin— es acostarme y dormir». Y mientras abría la cama y preparaba las almohadas, elevó desde el fondo de su corazón una oración de acción de gracias encareciendo los consoladores beneficios del lecho socorredor.
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