Laura Quintana

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    La emancipación no implica un cambio en términos de conocimiento, sino en términos de posición de los cuerpos. Por eso he insistido en la dimensión estética del problema de la emancipación, entendiendo por esto un modo de inscripción en un universo sensible. En el siglo XIX, ser obrero es estar provisto de cierto cuerpo, definido por capacidades e incapacidades, y por la pertenencia a un cierto universo perceptivo. La emancipación es una ruptura con esa corporeidad, por ejemplo, una ruptura entre la mirada y los brazos.

    La emancipación es entonces, antes que nada, una ruptura con una corporeidad, con una forma de experimentar el cuerpo, que trae consigo una transformación en su posición: su inscripción en otro universo sensible con respecto al asignado (en otro reparto sensible, en otras economías de las fuerzas afectivas, en otras formas de gestualidad), a través de prácticas de reflexividad corporal que producen también otra forma de ver el mundo, de ser afectados por él, y de enjuiciarlo.
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    «otros» también con respecto a la gramática liberal del «individuo autónomo soberano», que es también, como han mostrado los trabajos de Nikolas Rose (Rose, 1989, 1996), el sujeto propietario de sí (encargado de su autoformación, autocuidado, autorregulación), del liberalismo y el neoliberalismo y, en los términos de Rancière, el sujeto despolitizado del consensualismo,
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    relaciones que supone la exposición a los otros, así como fluidos pasajes entre lo animal, lo humano, la naturaleza y las tecnologías, que permiten la manifestación de un poder común.
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    Al hablar de esta dimensión estética que atraviesa a todas estas experiencias, se alude a cómo producimos, hacemos y encontramos sentido, a la manera en que determinamos algo como «real» o «dado», desde ciertas formas de configurarlo; y a cómo en estas determinaciones están siempre en juego ensamblajes y desensamblajes entre «sentido y sentido» (a certain relation of sense and sense) (Rancière, 2009c: 2): entre el sentido (las significaciones establecidas) y lo sentido (lo padecido, los afectos, lo percibido); entre ciertas fronteras y posiciones de la corporalidad que definen un común y lo distribuyen. De modo que advertir esta dimensión estética fundamental es reconocer que comprendemos, sentimos, nos afectamos, hacemos experiencia desde ciertos «repartos de lo sensible» (partages du sensible); es decir, desde condiciones de posibilidad de estas experiencias, que han emergido históricamente y dan lugar a una comunidad de sentido y percepción socialmente aceptada (cfr. Rancière, 2000: 12-13).
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    Se trata de condiciones de «distribución de los cuerpos en sociedad y de las capacidades atribuidas a esos cuerpos» (Rancière, 2012a: 103), que definen relaciones entre significaciones y formas de percepción, y que pueden darse en distribuciones distintas: en ensambles más o menos cohesionados, incorporados, sedimentados, que se fijan de acuerdo con reglas de juego determinadas y que se hacen valer como «verdaderos», «dados», «reales», «identitarios» (Quintana, 2016a: 6). De esta manera, emergen fronteras que estabilizan lo que es posible e imposible, así como la capacidad y la incapacidad, lo que correspondería a un cuerpo según el lugar social que le sería propio, su identidad (es lo que Rancière comprende como lógica policial).
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    en las reflexiones sobre corporalidad y cuerpo muchas veces al hablar de «experiencia» se tiene en cuenta la distinción de Dilthey entre «Erfahrung» (o äußere Erfahrung), es decir, «experiencia sensorial externa» y «Erlebnis» (vivencia, como experiencia interior vívida) (Dilthey, [1905] 1988).
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    experiencias que no pueden ser consideradas ni subjetivas, ni interiores, ni objetivas o externas, sino experiencias con el mundo, con el espacio, con el movimiento de su cuerpo, con el paisaje; y experiencias que, en su mismo movimiento afectivo, también permiten imaginar y juzgar de otra manera el mundo común.
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    Palabras que pueden atravesar los cuerpos, desencadenando afectos y alterándolos, como de nuevo testimonia y afirma Gauny: «Lánzate a lecturas terribles, eso despertará pasiones en tu desdichada existencia; y el proletario tiene necesidad de ellas para dirigirse contra lo que se apresta a devorarlo» (Rancière, 2010b: 48).
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    poder de las palabras de afectar a los cuerpos, que Rancière en otros lugares ha llamado «literariedad»: la capacidad de los enunciados de «apropiarse de los cuerpos y desviarlos de su destino» (Rancière, 2009e: 50).
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    Esta indeterminación, carácter lacunario, intersticial y aventurero (explorador) de la poesía, con efectos muy materiales, en los afectos que puede producir, es quizá su «materialidad incorpórea»,
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    la «eventualidad» de una enunciación que excede lo dado como real, pero que puede perturbar sutilmente a los cuerpos, moviéndolos, afectándolos.
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