Kathleen Stock

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    Pero de ahí a considerar que solo las personas trans pueden opinar legítimamente sobre la naturaleza filosófica y las consecuencias prácticas —para todo el mundo— de la identidad de género hay un gran salto
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    El argumento de gran parte de este libro será que, por desgracia, la prominencia relativamente indiscutible de la teoría de la identidad de género en muchos círculos importa y mucho, tanto para las personas trans como para las que no lo son. Sus consecuencias están lejos de ser «abstractas». Causan un daño material a muchas personas, incluso a algunas personas trans. Sin duda estas personas, y el futuro activismo trans, están mejor sin ella.

    La teoría de la identidad de género no solo afirma que la identidad de género existe, que es fundamental para los seres humanos y que debe ser protegida legal y políticamente. También dice que el sexo biológico es irrelevante y no necesita esa protección legal. En una lucha directa entre la identidad de género y el sexo, por así decirlo, la identidad de género debería ganar. Por lo tanto, hay que hablar de sexo.
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    Cuando hablamos de hembras y machos, nos referimos a una capacidad que un organismo determinado tiene realmente o, al menos, habría tenido en determinadas circunstancias (por ejemplo, si no se hubiera producido esa alteración concreta o si no hubiera interferido ese factor ambiental concreto). Podemos razonar que, si no hubiera sido por ese factor de interferencia, se habrían producido gametos para este organismo, dado el resto de su funcionamiento interno. Por tanto, sigue siendo una hembra, aunque ahora no produzca gametos grandes.

    Esta explicación del sexo no tiene en cuenta los cromosomas. No menciona en absoluto el XY o el XX. Tampoco hace referencia a los caracteres sexuales primarios o secundarios ni a otros rasgos morfológicos (a grandes rasgos: características físicas). Su objetivo es abarcar cualquier especie biológica que tenga una división entre machos y hembras a efectos de reproducción sexual. Estas especies varían en cromosomas y morfologías. Pero lo que todas comparten, según este punto de vista, son dos vías de desarrollo separadas, cada una de las cuales acaba produciendo, si todo va según lo previsto, gametos de un determinado tamaño.
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    Así pues, de la lógica de la visión del mundo de Butler se desprende no solo que no hay dos sexos biológicos estables preestablecidos de forma natural, sino también que no hay hechos preestablecidos sobre la selección natural. No hay reproducción sexual. No hay elementos químicos ni especies biológicas preexistentes. No existe el cambio climático, al menos no como se entiende comúnmente. No hay moléculas, átomos ni quarks. No hay virus ni bacterias; no hay medicamentos exitosos ni placebos. Entender el oxígeno como causa de la combustión no tiene, en última instancia, más justificación racional que hablar del concepto de flogisto del siglo XVIII (que se pensaba que residía en toda sustancia inflamable y se liberaba al arder). Hablar de las neuronas como causas del comportamiento no es ni más ni menos acertado que hablar de los «humores» corporales. El creacionismo no es ni peor ni mejor teoría que el darwinismo. No existe una verdad ahistórica y no relativa, de hecho, ni una teoría o representación científica «válida».

    Es posible que me digan, en respuesta a este resumen, que me he equivocado: de hecho, queda un cierto espacio coherente en el que, dentro de la visión butleriana, se puede afirmar que todas estas cosas existen «en la realidad» y, a su vez, se entienden también como construidas «social y lingüísticamente». En cuyo caso: uf, qué alivio; si es así, ¿podemos recuperar aquí la idea de los dos sexos, por favor?
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    Así pues, de la lógica de la visión del mundo de Butler se desprende no solo que no hay dos sexos biológicos estables preestablecidos de forma natural, sino también que no hay hechos preestablecidos sobre la selección natural. No hay reproducción sexual. No hay elementos químicos ni especies biológicas preexistentes. No existe el cambio climático, al menos no como se entiende comúnmente. No hay moléculas, átomos ni quarks. No hay virus ni bacterias; no hay medicamentos exitosos ni placebos. Entender el oxígeno como causa de la combustión no tiene, en última instancia, más justificación racional que hablar del concepto de flogisto del siglo XVIII (que se pensaba que residía en toda sustancia inflamable y se liberaba al arder). Hablar de las neuronas como causas del comportamiento no es ni más ni menos acertado que hablar de los «humores» corporales. El creacionismo no es ni peor ni mejor teoría que el darwinismo. No existe una verdad ahistórica y no relativa, de hecho, ni una teoría o representación científica «válida».

    Es posible que me digan, en respuesta a este resumen, que me he equivocado: de hecho, queda un cierto espacio coherente en el que, dentro de la visión butleriana, se puede afirmar que todas estas cosas existen «en la realidad» y, a su vez, se entienden también como construidas «social y lingüísticamente». En cuyo caso: uf, qué alivio; si es así, ¿podemos recuperar aquí la idea de los dos sexos, por favor?
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    Es cierto que el punto de vista de los gametos está vinculado a pensar en las mujeres y los hombres en términos de la función reproductiva otorgada por la evolución, pero no hace referencia a las psicologías individuales ni a las orientaciones sexuales, por lo que es compatible con las diversas sexualidades individuales, incluida la homosexualidad.
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    Tal vez Laqueur tenga razón al afirmar que en el siglo XVIII había motivos políticamente estratégicos para subrayar la distinción de las formas masculina y femenina. Pero todo esto es compatible con la existencia de diferencias preexistentes, observables y, en última instancia, científicamente explicables en los cuerpos humanos, mucho antes de que las personas empezaran a conocerlas, a interesarse por ellas o a representarlas de diversas maneras.
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    El mero hecho de señalar que algunas personas cumplen con tales características no es un juicio de valor sobre la superioridad o la inferioridad, ni implica cualquier otra connotación positiva o negativa. Por otra parte, el modelo de los grupos deja claro que no es necesario que un individuo posea todas las características asociadas a la masculinidad y a la femineidad para que se incluyan en uno u otro grupo, y explicita que las características masculinas y femeninas se expresan en todo un rango. De nuevo, esto no es «normativo» en ningún sentido que presuponga o afiance relaciones de poder perniciosas. Tampoco hay implicaciones de ninguno de los modelos que hemos examinado para el valor de la heterosexualidad o de otro tipo.
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    En la gran mayoría de los casos, el sexo no se «asigna al nacer», sino que se detecta, normalmente mediante la observación al nacer, y en unos pocos casos más tarde.
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    Dos competidores se verían enfrentados injustamente si cada uno de ellos perteneciera de forma natural o involuntaria a un grupo determinado (por ejemplo, jóvenes y mayores; discapacitados visuales y videntes; usuarios de sillas de ruedas y personas sin discapacidad), y hubiera grandes diferencias sistemáticas y estadísticamente significativas —por ejemplo, en la media y en los picos— entre los rendimientos físicos de los miembros de cada uno de esos dos grupos
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