Si hago el ejercicio de definir a Paulina Luisi con una sola palabra -sólo con una- esa sería pionera. La argentina, que vivió casi toda su vida en Uruguay, fue la primera mujer que obtuvo un título universitario, la primera cirujana del país y la feminista que organizó al movimiento clave para que se aprobara el derecho al voto de las mujeres en 1932. Ella cumplió un rol clave en los debates y en las acciones para conquistar ese derecho en el país, que también fue uno de los pioneros en América Latina. Ese logro, por supuesto, no surgió de un día para el otro. Años antes,
construyó el Consejo Nacional de Mujeres y luego la Alianza de Mujeres. Las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente de 1916 dieron mayoría a los sectores conservadores, a los partidos tradicionales, y la decisión de impulsar el voto femenino se postergó. Esta carta es la dura réplica de Paulina Luisi a esos hombres. Lee la actriz Lucía García Aldaya.
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Cuando oímos, como hace pocos meses, a los hombres encargados por el pueblo de reformar la carta magna de la Nación clamar con inconsciente suficiencia que la misión de la mujer es la guardia del hogar y la procreación de los hijos pensábamos con amargura en el hogar de las sirvientas como nosotras mujeres. Pensábamos en las miles de mujeres que, a la par del hombre pero con
menos salario que él, trabajan de sol a sol en las fábricas y en los talleres. En las innumerables empleadas que, de pie cruelmente obligadas por un mezquino sueldo, pasan encerradas en los talleres. En otras más miseables aún que, al precio de un salario de hambre, cosen catorce y dieciséis horas para los registros. En las telefonistas, que con quince faltas en el plazo de 13 meses pierden la efectividad de su empleo. Y nos preguntábamos qué salvaje ironía o qué obtusa inconsciencia inspiraban las palabras de aquellos constituyentes que no tuvieron reparo en negar a la mujer el derecho a la vida ciudadana en nombre del más sagrado de todos los deberes. Pero que, a estas esclavas del hambre, siquiera en nombre de la maternidad humillada, no saben proteger como legisladores, ni muchas veces saben respetar como hombres.
Paulina Luisi