Las personas infelices que piensan que poner fin a su matrimonio les haría más felices suelen vivir un mito. Lo más probable es que hayan atribuido el fracaso del matrimonio a su pareja, renunciando a la introspección. Culpar al otro en lugar de a uno mismo se convierte en la búsqueda favorita, el medio más práctico para alejarse.
Al no admitir sus propias debilidades y no reconocer que han entrado en el matrimonio con exigencias absurdas y expectativas poco realistas, liberan inconscientemente las fuerzas que conducen a una probable separación.
También existe el fenómeno de la memoria corta. De alguna manera, las mismas personas que juraron apoyarse mutuamente han olvidado su compromiso y sus votos de amarse en las buenas y en las malas.
Nuestra sociedad moderna se ha convertido en una sociedad desechable. Cuando nuestra otrora querida pareja ya no nos sirve, llamamos a nuestro abogado y le encargamos que inicie el divorcio.
La verdad es que el divorcio tiene un lado atroz. Es la salida sencilla para los individuos que no tienen un ápice de valentía para salvar lo que merece ser salvado.