A Cecilia le parecía que estaban, en aquel santuario, apartados o recluidos como en un paraíso. Lo de afuera, la gran nada del afuera, sin casas ni carreteras ni pueblos durante kilómetros a la redonda, era la espesa materia de un limbo, o quizá un purgatorio; adentro vivían en una isla, estaban protegidos por sus paredes de aire, nada les sucedería.