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David Simon

David Simon trabajó trece años en el Baltimore Sun, donde se especializó en el trabajo del departamento de homicidios de la policía local. Con Homicidio, su primer libro, David Simon ganó el prestigioso premio Edgard a la mejor obra sobre crímenes reales y el no menos prestigioso premio Anthony en la categoría de mejor relato sobre hecho reales. La NBC realizó una serie basada en Homicide de la que se rodaron siete temporadas y que ganó 19 premios, entre ellos 4 Emmy y 3 Peabody. Su segundo libro, The Corner: A Year in the Life of an Inner-City Neighborhood, escrito junto a Edward Burns, fue, conjuntamente con Homicidio, la base para la serie The Wire. Ambos libros serán publicados por Principal de los Libros en primicia mundial en lengua castellana. David Simon vive en Baltimore.
vida del autor: 9 Febrero 1960 actualidad

Citas

paulamillan0228compartió una citael año pasado
novela Freedomland. Se había producido una tragedia vagamente similar en Baltimore: una madre blanca de dos niñas de raza mixta había prendido fuego a su casa adosada mientras las niñas dormían dentro. Alegó que quería allanar el camino al amor, pues según ella, a su novio no le entusiasmaban las niñas (algo que luego él negó).
paulamillan0228compartió una citael año pasado
A base de llamadas, David me puso en contacto con todos los protagonistas del drama dispuestos a que los entrevistara: los inspectores que realizaron el arresto, la madre del novio, la abuela tres veces desgraciada, el árabe propietario de la tienda al otro lado de la calle, adonde había huido la madre, aparentemente, para llamar al 911. (Su primera llamada, dijo el tendero, fue a su madre; la segunda fue para avisar a los bomberos.) Desde un punto de vista periodístico, la historia había caducado hacía
paulamillan0228compartió una citael año pasado
El hombre está tirado de espaldas, con las piernas en la alcantarilla, los brazos parcialmente extendidos y la cabeza hacia el norte, cerca de una casa adosada que hace esquina. Los ojos, de un marrón oscuro, están fijos bajo los párpados entrecerrados, con esa expresión de vago reconocimiento tan común en los recién fallecidos violentamente. No es una mirada de horror o consternación, ni siquiera de angustia. La mayoría de las veces la última expresión del rostro de un hombre asesinado se parece a la de una colegiala nerviosa que acaba de comprender la lógica de una ecuación sencilla.
—Si aquí no hay nada más —dice Pellegrini—, voy a ir al otro lado de la calle
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