La intuición no se debe nunca, por tanto, a la casualidad, por la simple razón de que su existencia misma necesita un tema, un sujeto, un interrogante latente para expresarse y aflorar a la superficie de nuestra conciencia. En este sentido, la intuición es, por esencia, una reacción, que, bajo el abrigo de un fuerte estímulo, nos da un nuevo impulso para seguir adelante.