La cuestión que todo escritor, y todo lector, debe plantearse antes de empezar un libro cruel es: ¿quieres mirar o prefieres seguir confortablemente transitando sólo por las aceras iluminadas? La pregunta es legítima, cualquier respuesta también. No seré yo quien niegue el cansancio, quien se diga ajeno a esa tentación de dejarse llevar, de comulgar con pastillas de sabor a fresa