El sentimiento de posesión es tan arraigado que, a lo largo de los años, terminamos por exigir derechos sobre espacios que nos resultan imposibles de controlar. Hablamos de nuestra ruta a cierto lugar, de nuestro parque, de nuestra vista desde una ventana y entonces bloquean la ruta que nadie supo de nosotros, demuelen el parque ajeno o levantan un edificio frente a la ventana que nos asomaba al cielo sin gracia de la tarde.