ras la presentación hubo una sesión de preguntas y respuestas. Yo no tenía ni preguntas ni respuestas, pero la mujer que estaba a mi derecha, que claramente no necesitaba estar allí porque no tenía un sobrepeso de ni siquiera veinte kilos, dominó la sesión a base de preguntas íntimas y personales que me rompían el corazón. A medida que interrogaba a los doctores, su marido permanecía sentado a su lado con una sonrisita de suficiencia. Quedó claro por qué estaba ella allí. Todo giraba en torno a él y a cómo él veía el cuerpo de ella. «No hay nada más triste», pensé, decidida a ignorar por qué yo estaba sentada en la misma habitación o que en mi propia vida había mucha gente que veía mi cuerpo antes de verme o considerarme a mí.