Y la idea de entrar a participar en un concurso para deleite de todo el país, y dejar que aquel pelele estirado escogiera a la más mona y la más tonta del rebaño para convertirla en esa cara bonita y muda que aparecía a su lado en la tele… En fin, todo eso me daba ganas de gritar. ¿Podía haber algo más humillante?