Semanas y semanas, meses y meses en la tortura, en la desesperación. Las manos atormentadas martirizándose inconscientes, los ojos de suplicio, en cuyo fondo empieza a aparecer un vago color infierno. Bernardo advierte que su sentido en el mundo se deshace o se transforma; aquello que él debía ser, su verdadero destino, empieza a desaparecer, y, en su lugar, va creciendo un pálido fantasma. ¿Y no será ese fantasma su más auténtica realidad? Es absurdo pensar que el fantasma suscitado por un error pueda ser su verdadero yo o constituirse en su ser real. No, mil veces no. Él no puede soportar ese pensamiento, le duele como una herida. Se encuentra perdido, aislado, hundiéndose en profundas aguas negras. Desorientado, levanta los ojos suplicantes... Perdido, perdido en medio del universo, como el profeta que sintiera de repente que Dios se ha retirado de sus labios. Realmente, sus ojos hacen pensar en el infierno.